Pedro Abelardo (Petrus Abaelardus), el intelectual más famoso del siglo XII, aborda el problema del tiempo especialmente en el contexto de su reevaluación de la lógica aristotélica, que conocía por las Categorías y el De Interpretatione. Aunque en su Dialéctica (1117), Abelardo todavía sigue el enfoque realista de muchos de sus contemporáneos, en su Logica Ingredientibus (1119) se mueve hacia una posición ontológicamente más parsimoniosa. Según él, el tiempo debe entenderse como “una cantidad según cuya permanencia medimos la existencia de todas las cosas, cuando mostramos que algo es, ha sido o llegó a ser en un cierto tiempo existente (quaedam quantitas [ . . . ] secundum permanentiam cuius rerum quar-umcumque dimetimur existentiam, cum monstram esse aliquid, fuisse vel fore tempore aliquo existente)”.
Abelardo contradice la sugerencia de que todo tiene su propio tiempo, mientras defiende un único tiempo que es adecuado para medir todo, incluido él mismo. Este tiempo pertenece al mundo entero y puede predicarse de cada elemento dentro de él. Es indivisible, en la medida en que en todos los diferentes elementos del mundo hay un solo tiempo, como hay una sola unidad en el cuerpo humano o en el mundo entero con sus diferentes elementos. Por otra parte, Abelardo niega la realidad objetiva de un tiempo “compuesto”, es decir, del tiempo en la medida en que está constituido por elementos sucesivos como horas, días, años, etc. Estos elementos del tiempo son sólo construcciones de la mente humana que constituyen la presencia de cada lapso de tiempo que es concebido por un ser humano. En realidad, sin embargo, sólo hay un flujo simple e indivisible de instantes sucesivos e inseparables. En consecuencia, se puede hablar de un tiempo compuesto y de sus partes “según la imposición de nombres, no según la existencia de las cosas (secundum nominum appellationem, non secundum rerum essentiam)”.
El problema del tiempo y de la eternidad juega sólo un papel menor en el pensamiento de Abelardo. Él sólo afirma que el tiempo puede ser considerado como una parte de la “eternidad”, porque el tiempo, que comenzó a existir junto con la creación, cubre sólo una pequeña extensión de esa totalidad, que puede ser llamada la eternidad de la existencia de Dios (el punto de partida de Abelardo aquí es la misma cita de Cicerón que su contemporáneo, Guillermo de Conches, usa para su tercera definición del tiempo).
Sin embargo, en las obras posteriores de Abelardo sobre teología, se puede encontrar en sus observaciones lingüísticas una especie de teología del tiempo vía negativa: los hombres no son capaces de hablar directamente sobre Dios, porque el lenguaje humano consiste en oraciones que contienen verbos.
Pero los verbos siempre designan un cambio, que cae dentro del ámbito del tiempo. Por lo tanto, el lenguaje humano no es en absoluto adecuado para hablar sobre Dios y, en consecuencia, los teólogos tienen que inventar analogías (semejanzas) para describir la naturaleza peculiar de Dios. El problema del tiempo y la eternidad también está en el trasfondo de la discusión de Abelardo sobre la presciencia de Dios y la libertad humana: Para Dios, cada instante de tiempo está presente de tal manera que él sabe lo que sucederá de acuerdo con el libre albedrío humano, pero esto no significa que la libertad humana no exista.
La teoría del tiempo de Abelardo representa, en un contraste típico con la del platónico Guillermo de Conches, uno de los primeros enfoques de un filósofo del lenguaje al problema del tiempo, que resulta en una postura escéptica hacia los supuestos ontológicos superfluos.
Fuente: Matthias Perkams